Competir en un mercado implica asentarse sobre una base sólida que permita resistir con solidez cualquier ataque de la competencia, sea de la naturaleza que sea.
Cuando la estrategia competitiva de una organización se edifica únicamente sobre la variable de marketing del precio, se crea una situación desfavorable que acarreará consecuencias nefastas en el futuro. Si el único vínculo que una empresa tiene con sus clientes es el precio, estará siempre a merced de ser devorada por otro precio más bajo, dejando al descubierto su enorme debilidad competitiva.
Sin embargo, si su estrategia se diseña sobre criterios de calidad se asigna un nivel de valor superior a los productos o servicios que comercializa, y que induce a los clientes a realizar sus compras de repetición bajo los mismos parámetros de servicio. Es decir, se genera satisfacción, y en consecuencia, se favorece la fidelización del cliente.
La calidad es el atributo que permite a una oferta ser única y valiosa desde la perspectiva de los clientes. Por tanto, trabajar en la mejora de la calidad incrementa la capacidad de diferenciación de la empresa y, por tanto, de su propuesta comercial.
En consecuencia, cuando se compite en términos de calidad y servicio, la visión lateral de la empresa hacia la competencia pierde fuerza en beneficio de una visión hacia adelante, centrada directamente en el cliente y en lograr que sea fiel a la marca o empresa.