Hace unos días tuve la oportunidad de visitar el Centro de Tratamiento Automatizado (CTA) de Correos, situado en el polígono industrial de Vallecas. Es un Centro Logístico cuya superficie supera los 30.000 m2, y por el que diariamente pasan millones de cartas.
La visita me resultó fascinante y, a nivel personal me produjo, incluso, cierta sensación de melancolía, ya que por un momento mi mente se remontó a mi época estudiantil, en la que dedicaba las vacaciones de verano para generar algunos ahorros.
Durante el verano de 1987 me incorporé como cartero en la Oficina de Correos y Telégrafos de la ciudad oscense de Fraga. Al año siguiente repetí la experiencia.
Todavía resuena en mi cabeza la recomendación que el primer día de trabajo me hizo uno de los carteros encargados de instruirme. Tras señalarme con el dedo una montaña de cartas que había sobre una mesa, me dijo con cierta ironía: “¿Hueles algo?… No es carne ni pescado. Son sólo cartas. Lo que no puedas hacer hoy, déjalo para mañana, y si no para pasado. No se pudren.”
He recordado esta frase en muchas ocasiones, así como el pensamiento que inundó mi mente en aquel momento: “Hay personas que están esperando esas cartas. Imagino que les gustará recibirlas lo antes posible”.
No cabe duda de que nuestro enfoque vital y nuestras motivaciones dan o quitan altura a todo lo que hacemos.
Aquel verano tuve la oportunidad de formar parte de una de las profesiones con más siglos de historia, cuyos protagonistas han respondido, a lo largo del tiempo, al nombre de emisarios, mensajeros, correos y carteros.
Civilizaciones milenarias como la egipcia, la persa, la sumeria, la china, la griega o la romana ya organizaban sus propios sistemas de mensajería, que estaban compuestos por personas que recorrían grandes distancias a pie, a caballo o en carro para transportar mensajes de un lugar a otro, de una ciudad a otra, de una persona a otra.