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Sra Rushmore

Veo poca televisión. Prefiero leer y escribir. Pero, cuando estoy sentado ante el televisor, los momentos que considero más interesantes se producen en el transcurso de los cortes publicitarios.

Es, en ese momento, cuando mi cerebro despierta de la relajación a la que me suelen llevar el tipo de programación que normalmente visiono y comienza a analizar cada una de las piezas publicitarias que se emiten.

Mi actividad cerebral se estimula con preguntas como:

  • ¿Quién es el sujeto promotor del anuncio?
  • ¿A quién se dirige el mensaje?
  • ¿Qué objetivo tiene?
  • ¿Qué imagen quiere proyectar?
  • ¿Qué códigos utiliza?
  • ¿Cuáles son los inputs conscientes del anuncio y cuáles son los subconscientes?
  • ¿Qué efectos producirá en su target?
  • ¿Conseguirá sus objetivos?¿Por qué?
  • ¿Qué otros elementos conozco de esa campaña?
  • ¿En qué medios de comunicación y soportes publicitarios he visto más piezas?
  • ¿Por qué se está utilizando esa estrategia de comunicación?
  • ¿Cuáles son las fortalezas y las debilidades de la campaña?
  • ¿Cuál es la ventaja diferencial que se publicita?
  • Además de otros detalles técnicos, como qué efectos utiliza, que agencia o productora han desarrollado la idea, la adecuación de la música al conjunto, etc…

¡¡¡Es apasionante!!!

Mis dos hijos mayores, incluso, lo han convertido en un juego en el que utilizo preguntas más básicas: ¿quién anuncia?, ¿qué objetivo tiene?, ¿cuál es el mensaje? y ¿cómo lo transmite? Espero no estar haciéndoles ningún daño irreparable. Al menos, creo que consigo que racionalicen algo tan subconsciente como es la publicidad. Además, pensar les puede resultar muy útil en la vida.

Imagino que es una deformación profesional, igual que la que puede tener un carpintero cada vez que ve un mueble o visita una tienda de mobiliario, tratando de averiguar el tipo de material de cada pieza o la técnica utilizada para la fabricación o un mecánico escuchando el ruido del motor cada vez que se sube a un vehículo.