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A pesar de las advertencias que alertaban del riesgo de encontrarse con icebergs, los oficiales del Titanic hicieron caso omiso y mantuvieron su rumbo con un elevado ritmo de navegación. Su prioridad era coronar en un tiempo record su viaje inaugural con destino a Nueva York.

Minutos antes de alcanzar la medianoche del 14 de abril de 1912 un iceberg impactó, de refilón, por el lado de estribor en el barco más grande y lujoso de comienzos del siglo XX. Los daños causados en el casco, junto a un cúmulo de errores, imprevistos, malentendidos y actuaciones inauditas provocaron el hundimiento de la nave en pocas horas. De los 2.227 pasajeros que habían zarpado de Southampton (Reino Unido) el 10 de abril, sólo sobrevivieron 705. De este modo, la primera (y última) travesía del Titanic se convirtió en uno de los mayores desastres marítimos de la historia.

Muchas son las anécdotas, leyendas e historias personales que acompañan a este pasaje histórico del que pronto se cumplirá su primer centenario.

De todas ellas, hay una que me llama poderosamente la atención. Es la que hace referencia a la actitud heroica de la banda de música que amenizaba a los pasajeros, la Wallace Hartley Band. Algunos supervivientes recordaron que al observar que el barco se hundía irremediablemente, aparcaron sus miedos e interpretaron su repertorio musical, primero en el salón de primera clase y posteriormente en la cubierta. Acto heroico o simplemente resignación, pero no cabe duda que hacer lo siempre habían hecho fue una peculiar forma de enfrentarse a la muerte.

La banda estaba compuesta por 8 músicos, cuyos nombres, para el recuerdo, eran Wallace Hartley (director), Roger Bricoux, Theodore Brailey, Jock Hume, J.W. Woodward, Fred Clarke, P.C. Taylor y G. Krins. Ninguno de ellos sobrevivió al naufragio del Titanic.

Quizás para agrandar su leyenda o para darle un punto de romanticismo, se cuenta que la última canción que interpretaron fue “Nearer, my God, to Thee” (“Más cerca, oh Dios, de ti”).