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gestión del tiempo

Un hoy vale por dos mañanas. Así definía Benjamin Franklin la importancia de exprimir nuestro presente.

Tendemos a creer que dominamos el tiempo, pero en realidad, vivimos devorados por las circunstancias que nos rodean y por los horarios que nos imponen desde el momento en el que el despertador nos obliga a saltar de la cama hasta que finaliza, a horas intempestivas, el programa de televisión que nos distrae o el partido del equipo que nos hace sufrir.

Entre tanto, prisas para llegar a nuestro lugar de trabajo, tareas que se suceden a toda velocidad, escaso tiempo para llevarnos algo de comida a la boca, llamadas de teléfono que se prolongan más de lo deseado, correos electrónicos que hay que responder antes de que se pierdan para siempre en el buzón del olvido, atascos para volver a casa antes de que nuestros hijos se vayan a dormir y una cena rápida mientras nos enganchamos a la pantalla que acabará de matar nuestro día,… otro día más. Y otro día menos.

Dominar el tiempo es dominar nuestra vida. Debemos marcarnos sencillas rutinas que nos permitan hacer ejercicio físico a diario, desarrollarnos intelectualmente a través de la lectura o la realización de cursos o actividades que mejoren nuestras habilidades, disfrutar de nuestra familia o relacionarnos con nuestros seres queridos, amigos y la sociedad que nos rodea.

Es el primer paso para comenzar a ejercer un verdadero control sobre el tiempo que recibimos gratis cada día… 24 horas. Una parte es para descansar y reponer energías, otra para trabajar, en el caso de las personas en activo, y el resto es para vivir con intensidad.

Organízate para que otros no se aprovechen de tu tiempo.

Una vez escuché a alguien comparar la vida con un rollo de papel higiénico, ya que avanza mucho más deprisa cuanto más nos acercamos al final. Me pareció una definición bastante más positiva que la de quienes piensan que la vida es, simplemente, una mierda.

Algo de razón tenía, porque cuando tenemos la sensación, que no la certeza, de que queda mucha vida por delante, tendemos a malgastarla. Y, sin embargo, cuando sabemos que queda poca, la apreciamos e intentamos exprimirla al máximo.

144 horas

El pasado verano, una campaña publicitaria de la Fundación de Ayuda contra la Dorogadicción (FAD) presentaba a un joven real, Pablo, que a sus 21 años, prefirió renunciar al tiempo que derrochaba haciendo botellón con sus amigos para aprovecharlo en algo más útil.

Durante tres meses, Pablo dedicó tres horas diarias de cuatro días a la semana para aprender surf en las playas de Cantabria. En 144 horas aprendió a levantarse de la tabla cada una de las cientos de veces que cayó, hizo amigos, mejoró su aspecto físico. Según los creadores de la campaña, ese es el tiempo que gastan un millón de jóvenes a beber alcohol en verano. El slogan de la campaña es una invitación a la reflexión: “el tiempo que le dedicas al alcohol se lo quitas a todo lo demás”.